No sé cómo empezar. Escribiré desde el sentimiento, lo que, por cierto, me pondrá al desnudo. No habrá objetividad más que las que recomiendan los retazos de una gigantesca tragedia griega en suelo chileno. Con mis ojos desacostumbrados a la tristeza he visto las ciudades de Chépica, Marchigüe, Alcones, Barriales, Santa Cruz, Teno, Curicó, San Rafael, Pelarco y Talca en el suelo. Por TV, lo demás. Me resisto a creer en este mal sueño. En esta pesadilla kafkiana que nos hizo -me hizo- morder el polvo de mi insignificancia. Nada importaba. El dinero perdió su valor. Sin agua (ni el resto de los servicios), sin pan, sin combustibles, las gentes salen tímidamente de lo que queda de sus casas a respirar esperanza. Anoche, mientras hacía guardia en mi sector con vecinos para evitar el saqueo, caíamos en cuenta de que era primera vez que hablábamos y trabábamos algo de amistad. Sin el terremoto, cada uno de nosotros hubiese seguido con sus burguesas costumbres y sus entrañables límites hogareños. Un carabinero, en la esquina de la 1 norte con 5 oriente monta guardia al lado de un bar destruido. Desde los escombros, un cartel reza que sólo allí se puede degustar la famosa chicha de Curtiduría y también se despide el hedor pestilente de un ser humano atrapado en medio del adobe, las vigas y el ladrillo. Talca en el suelo. ¡Madre mía! Esta ciudad tantas veces recorrida, tantas admirada con ojos benévolos, tan histórica con O'Higgins firmando el Acta de la Independencia de la Patria, tan de olores campesinos, tan propia, yace sobre sus cimientos. En las calles hodas de zombies extraídos de filmes de terror pugnan por un poco de bencina o por pan. Los escasos supermercados abiertos timbran las manos de las personas y las marcan cual vacunos en desposte para que sólo puedan adquirir hasta $10.000 en víveres, en grupos de a cinco que logran ingresar bajo la mirada atenta de los custodios y las metrallas. Ciudad en Estado de Catástrofe. Con Toque de Queda. En la televisión dicen que la energía eléctrica llegó a más del 50% de los hogares. ¡Mentira! Apenas un 10% tenemos energía. Agua no hay. Ni una miserable gota. Es Talca, el orgullo del Maule; me parece ver al P. Carlos Letelier, párroco de Curepto, recorriendo su templo destruido y simultáneamente sepultando a su madre, muerta al caerle un muro; o a la anciana de Constitución, aguantando la respiración, mientras se aferraba a los barrotes de la ventana de su living y el agua del mar que tranquilo nos bañaba la cubría completamente, en un cuadro surrealistamente patético, y, cuando el agua se retiraba y ella henchía sus pulmones de aire nuevo, arrancaba para ser testigo de cómo el tsunami se llevaba para siempre toda su casa, donde tejió esperanzas, hilvanó recuerdos, supo del placer, del llanto, de hijos y nietos; es mi Colegio Integrado convertido en polvo... (mientras escribo, tiembla, sigue temblando...). Talca, desde su propio Egipto caminando hacia un Canaam confuso y posible. Pero ya llegará la hora de la redención. De otorgarle sentido a esta desgracia, de articular esta experiencia con lo que habrá de venir: reconstruir, volver, esperar, transformar... Salir de esta dantesca pincelada del infierno, de esta muestra anticipatoria y demasiado horrible de los heraldos de la muerte y su apocalipsis de imágenes recortadas como en un collage familiar, sólo que teñido de oscuridad y de muerte. ¡No saben lo grandioso que resulta abrazar a los hijos después de ésto! Ese es mi milagro. Mi particular milagro. Dios nos bendiga a todos. Agradezco profundamente a quienes han demostrado con palabras y hechos el sentido de la amistad.
Termino estas palabras con el Salmo 30 del Antiguo Testamento:
Exaltabo te, Domine
Te ensalzaré, oh Señor,
porque me has alzado,
y no permitiste que mis enemigos triunfaran sobre mí.
Oh Señor Dios mío, a ti clamé,
y tú me sanaste.
Oh Señor, me sacaste del abismo;
me hiciste revivir, para que no descendiese a la sepultura.
Canten al Señor, ustedes sus fieles,
y celebren su santo Nombre;
Porque sólo un momento dura su ira,
pero su favor toda la vida.
Aunque al anochecer nos visite el llanto,
en la mañana vendrá la alegría.
Dije yo en mi comodidad,
"No seré jamás conmovido;
tú, oh Señor, con tu favor
me afirmaste como monte fuerte".
Luego escondiste tu rostro,
y fui muy turbado.
A ti, oh Señor, clamé,
y a mi Soberano supliqué, diciendo:
"¿Qué provecho hay en mi muerte,
cuando yo descienda a la fosa? *
¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu fidelidad?
Escucha, oh Señor, y ten misericordia de mí;
oh Señor sé tú mi ayudador."
Convertiste mi lamento en danzas;
me has quitado el luto, y me has vestido de fiesta.
Por tanto a ti canta mi corazón, y no llora más;
oh Señor Dios mío, te daré gracias para siempre.